Inolvidable maestro y amigo, Paco Lara
En torno a los años ochenta yo cuidaba, como educador, a chiquillos a los que la sociedad tachaba de predelincuentes o inadaptados. La normativa exigía que acudieran a la escuela pero los colegios los repudiaban y, cuando me aceptaban alguno, no solía durar más de un mes escolarizado.
No recuerdo quién me habló entonces del “colegio de los Pacos”. Dos maestros de la escuela pública, Paco Lara y Paco Bastida, muy afines en ideología y afectos, que se habían propuesto revitalizar la pedagogía, haciendo participar en su colegio de Palomeras Bajas a todo el barrio, con los propios niños y sus papás como protagonistas.
Fui a conocerlos. Y Paco Lara me aseguró que recibiría encantado a mis chavales, sin prejuicio alguno. De hecho, el mayor afán de su vida como educador fue ayudar a las personas que se encontraban en situación de desventaja, para ponerlas en pie de igualdad con los demás.
Os voy a contar cómo fue el primero de aquellos encuentros.
Lauro tenía 12 años, cuando llegó a mi casa llevaba meses durmiendo en la calle. Y, por supuesto, nunca había ido ni quería ir a la escuela. Le convencí para que habláramos con Paco.
– ¿A ti qué te gustaría hacer si fueras a un colegio?
Y el chaval en plan desafiante:
– Leer tebeos y jugar en el patio.
– Pues son las dos únicas cosas que te dejaríamos hacer aquí, si es que vienes con nosotros.
Y como decidió ponerlos a prueba, le recibieron con un balón de reglamento y una montaña de tebeos. Al cabo de una semana el crío ya se me quejaba…
– ¡No me dejan dibujar mapas como hacen los demás!
Paco era así, profundamente humano y humilde, ágil para meterse en la piel de cualquier chiquillo. Fue el mejor maestro que conocí en mi vida, y llevo sesenta años en el asunto.
Durante tres lustros atendieron a mis niños; por supuesto, haciendo muchas veces frente a incómodos problemas, pero jamás vieron motivo para excluir ni menospreciar a ningún niño, sino al contrario, acertaban a descubrir los potenciales de vida que esconde el resentimiento rebelde de algunos muchachos. Y yo pude sentir, año tras año, cómo en el colegio de Paco los chavalillos adquirían interioridad, criterio propio, autonomía… los veíamos madurar.
Cuando en Vallecas puse en marcha la Escuela sobre la Marginación, Paco se unió inmediatamente a nosotros, lo suyo era enseñar y ayudar, generosidad sin límites, treinta años de puro altruismo. Últimamente, tan enfermo como estaba, llegaba siempre con puntualidad y sobrecogía ver el entusiasmo con que nos seguía dando ánimo a todos. Todo un legado de vida, de responsabilidad y entereza.
Hemos tenido la dicha de ser amigos de Paco y tengo la certeza de que su magisterio seguirá rebrotando fraternidad.
Enrique Martínez Reguera. Madrid, septiembre de 2018.