“Los sóviets nos enseñan que la utopía sociopolítica es posible”
Este año se conmemora el centenario de la Revolución Rusa. Cien años que ofrecen una visión más apurada de lo que fue aquel decisivo acontecimiento histórico.
El profesor Felipe Aguado Hernández aprovecha la perspectiva que ofrece la distancia temporal para analizar este movimiento desde un prisma distinto: el de los sóviets, que constituyeron mucho más que una revuelta popular. Así, en su último libro “La utopía de los sóviets en la Revolución Rusa” (Ed. Popular. 2017) nos ofrece una aportación singular que nos habla de utopías, de sus fracasos pero también de sus éxitos.
Charlamos con el autor sobre lo que supuso el movimiento sóviet y sobre las lecciones que podemos aprender, pasados los cien años de aquella Revolución que ha sido – y es- uno de los sucesos más discutidos de la historia.
Editorial Popular: A lo largo de este libro, hace un análisis teórico de lo que supuso el movimiento de los sóviets y su papel en la Revolución Rusa. Estos 100 años de perspectiva, ¿qué suponen en la manera de entender aquel movimiento?
Felipe Aguado: Los sóviets fueron entendidos mayoritariamente en el propio seno del movimiento obrero como una insurrección popular a cuyo frente se puso el Partido Bolchevique, que terminó dirigiendo el proceso hacia una toma del poder por los sóviets. Así, tradicionalmente, el protagonismo en el proceso revolucionario del 17 se hizo recaer sobre el Partido Bolchevique, quedando los sóviets como un impulso insurreccional inicial que los bolcheviques supieron dirigir hacia la revolución. Hoy vamos viendo, cada vez con mayor claridad, que las cosas no sucedieron así, sino que el impulso y el protagonismo en el proceso revolucionario hay que hacerlo recaer en los propios sóviets hasta que cayeron bajo el control de los bolcheviques en los meses siguientes a “octubre”. El Partido Bolchevique aprovechó la fuerza de ellos para desarrollar su propio programa político, domeñando sus impulsos utopistas revolucionarios, centrados en una democracia asamblearia directa y en un comunismo integral y real: socialización de los medios de producción, que habrían de gestionar los propios trabajadores, coordinados por los sóviets como órganos de poder popular.
EP: ¿Qué cree que podemos sacar como lección de lo que ocurrió con esta
utopía de los sóviets?
FA: Podemos aprender muchas cosas. En primer lugar, que la utopía sociopolítica es posible. Los sóviets, como antes La Comuna de París de 1871 y después las colectivizaciones en la Guerra Civil española, entre otros muchos momentos históricos similares, nos muestran la capacidad del pueblo para organizarse con democracia asamblearia directa y convertirse en poder popular global para construir un comunismo real. Pero, en segundo lugar, también nos muestran que esas revoluciones utopistas terminaron fracasando, a veces a manos de quienes debieron ser sus garantes e impulsores. Particularmente, la experiencia fue muy trágica en el 17. Estos fracasos muestran una gran debilidad del utopismo político: su falta histórica de organizaciones que lo impulsen y lo sostengan como movimientos asamblearios y comunistas con suficiente visión política. Habría que concluir en la necesidad de esas organizaciones, ya utopistas, que impulsen los movimientos en esa línea En tercer lugar, nos enseñan que organizaciones que no viven en su seno la democracia radical y el sentido utopista de la lucha política, terminan proyectando en la sociedad lo que ellos mismos viven en sus organizaciones: no se da de sí lo que no se tiene.
EP: Un siglo después, ¿cómo ha impactado el fracaso de esta utopía en la
concepción que actualmente podemos tener de un sistema socio-político
comunista?
FA: Las consecuencias de aquél fracaso han sido trágicas para el futuro de los proyectos de transformación social. La más importante es el fracaso del propio comunismo. La Rusia de después del 17 fue transformándose en una sociedad construida sobre un capitalismo de estado que reproducía todas las lacras del propio capitalismo: explotación económica, dominación ideológica y falta de democracia, si bien con mejoras notables para el pueblo trabajador. La propaganda de los sistemas liberales occidentales ha usado esto como una manifestación del fracaso de todas las ideas transformadoras, a las que ha acusado de “comunistas” al estilo de Rusia. La sociedad ha asumido ésta visión ideologizada y hoy hay que explicar mucho si se quiere mantener una postura de transformación social profunda.
EP: ¿Qué factores cree que podrían haber cambiado el destino de esta Utopía
de los sóviets?
FA: Sin meternos a construir futuribles sin sentido, es evidente que si hubiesen existido en el seno de los propios sóviets organizaciones de mentalidad utopista con suficiente fuerza y visión política, el control de ellos por el Partido Bolchevique podría haber tenido un desenlace distinto. También es cierto que la falta de apoyo de los trabajadores europeos y sus organizaciones al proceso soviético facilitó el control bolchevique, dándole además una coartada para muchas de sus decisiones.
EP: ¿Cree que el tiempo ha sido justo con este movimiento?
FA: En absoluto. De hecho el papel de los sóviets originarios ha sido silenciado o tergiversado por casi todo el mundo, tanto entre las organizaciones liberales como entre las socialistas y comunistas. Unos porque no lo entendieron nunca, otros porque temían que un movimiento de tal calibre pudiera extenderse o repetirse en otros lugares, De hecho, el movimiento consejista en Alemania, Hungría o Norte de Italia tras la Guerra Mundial, construido sobre las bases de los sóviets, fue combatido y reprimido por todos, desde los liberales a los socialdemócratas. Hoy nos toca sacar a la luz sus hechos y su sentido real para poder construir un proyecto utopista que nos dé esperanzas reales de futuro.
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